La metáfora del árbol torcido: cómo Erickson ayudaba sin decir qué hacer

Entre los muchos relatos que componen Raíces profundas, uno de los más memorables es el de un paciente con una historia de vida marcada por rigidez, culpa y exigencia. No era un caso dramático a primera vista, pero sí profundamente humano: un hombre que se sentía incapaz de perdonarse por decisiones pasadas, que vivía atrapado en una narrativa de “haber fallado” como hijo, padre y esposo.

Un terapeuta que observa más allá

Erickson no lo confrontó con argumentos. No le dio consejos. No le pidió que cambiara. En cambio, lo invitó a mirar por la ventana del consultorio.

“¿Ves ese árbol que crece junto a la casa del vecino?”, le dijo. “Fue plantado demasiado cerca del muro. No tenía espacio para crecer derecho. Pero aún así, mira cómo ha encontrado su forma, cómo se ha doblado buscando la luz, cómo ha echado raíces fuertes. Nadie pensaría que es un mal árbol. Solo que encontró su camino de otra manera.”

El paciente se quedó en silencio. No hicieron falta más palabras.

¿Qué ocurrió aquí?

Desde una mirada sistémica y narrativa, esta intervención puede parecer mínima. Pero en realidad, es profundamente transformadora. Erickson utilizó una metáfora viva, situada en el presente, para hablar de adaptación, resiliencia y dignidad sin nombrarlas directamente. El árbol representaba al paciente.

“No le dije que cambiara. Le mostré algo que ya sabía, pero no se permitía ver.”

La fuerza de lo simbólico

La metáfora actúa como un puente entre el lenguaje racional y el mundo emocional. No requiere que el paciente defienda su historia ni que justifique sus actos. Solo necesita que se permita otra forma de mirar.

En muchos casos, como este, Erickson confiaba en que el inconsciente del paciente tomaría lo que necesitara de la imagen compartida. Y así fue. Días después, el hombre regresó con un gesto distinto, más liviano. No dijo nada sobre el árbol. Solo empezó a hablar de sí mismo con menos juicio y más compasión.

“A veces, no es necesario enderezar el árbol. Solo hay que reconocer que ha crecido buscando la luz.”

Este caso es un recordatorio del poder que tiene lo sencillo, lo simbólico y lo respetuoso en terapia. En lugar de cambiar a las personas, podemos ofrecerles una nueva manera de mirarse —una que les devuelva el derecho a ser humanos, torcidos, imperfectos… y profundamente valiosos.