Desde muy joven sentí gran curiosidad por entender al ser humano, lo que me llevó a adentrarme en el estudio de la mente y las relaciones. A lo largo de mi trayectoria, he tenido el privilegio de presenciar y experimentar la potencia del vínculo terapéutico como motor transformador en los procesos de cambio. Pero no solo eso: también he aprendido, con asombro y un profundo respeto, de la capacidad de las personas para sobreponerse a circunstancias muy difíciles y seguir adelante con una fuerza resiliente que muchas veces, ni ellas mismas sabían que tenían. Esa fortaleza, junto con la conexión que se crea en el espacio terapéutico, son dos de los pilares que dan sentido a mi trabajo. Acompañar estos caminos de crecimiento es, para mí, un gran compromiso: ofrecer un lugar seguro, humano y libre donde cada persona pueda reencontrarse, sanar y descubrir nuevas formas de estar en el mundo.

Por todo ello, para mí la terapia es un espacio donde poder ordenar, entender y resignificar historias. Pero, sobre todo, es un lugar donde poder ser sin juicios.  Como terapeuta, mi enfoque es integrador: combino una mirada sistémica y humanista con tratamientos prácticos y centrados en soluciones. En terapia, soy intuitiva y metafórica, a la vez que analítica y observadora.